
La libertad de la mente
Hay frases escritas en libros, por sabios que vivieron hace miles de años que le dejan a uno con la boca abierta porque abren la puerta de las reflexiones como cuando abres la puerta de tu misma casa y una fuerte ráfaga de viento entra como si un río bravo y desbocado se te metiera dentro y te limpiara de tanta mugre que se ha ido acumulando por tantos años a la deriva. Hoy sólo voy a reflexionar aquí, sobre una de esas frases que dijo alguien, en algún momento, en otro tiempo, en otro lugar, o tal vez esta frase que hoy ha venido a mi mente sea fruto de mi consciencia. La verdad es que esto poco importa; lo realmente importante es que dos hechos han desencadenado todo esto que voy a escribir a continuación.
Era media mañana de un día soleado y caluroso del mes de abril. Habíamos salido a pasear mi padre, mi hermano, me sobrina de cuatro años y yo. Caminamos durante un buen rato a la vera del tren de vía estrecha (FEVE) que aún permanece cerrada, a la espera de que alguien decida que puede abrirse al tráfico ferroviario. Después de llevar caminando algo más de un kilómetro, la pequeña empezó a cansarse.
Es normal, pensé. Tiene solo cuatro añines y aunque es dura como una vikinga tiene que estar cansada. Decidimos parar a tomar algo en un bar y al salir mi padre empezó a hablar sobre el futuro. ¡Qué poco me gusta hablar del futuro! Toda mi vida he estado pensando en él como si fuera algo cierto, pero nunca lo es. Pero la conversación en este caso iba sobre la llegada de la única verdad que hay y es que todos sin excepción acabaremos muriendo. A mí no me da reparo hablar de temas que estén relacionados con la muerte. Tal vez sea porque en más de una ocasión nos hemos visto las caras de cerca. Aún recuerdo como la llamaba el anciano de la “Sonrisa Etrusca” (José Luis Sampedro). La llamaba La Rusca, cada vez que la sentía devorándolo por dentro, sin darle tregua, ávida por llevárselo. Mi padre quiere dejar las cosas materiales atadinas “pa” quedar tranquilo. Lo entiendo. Es normal. Somos tres hermanos y los tres respetamos su decisión como si de una carta magna se tratara. Confiamos en él completamente y estaremos siempre a su lado. Lo cierto es que la pequeñina andaba revoloteando alrededor de su padre (mi hermano) diciéndole con insistencia que allí al lado había un parque y que quería ir. Después de varias repeticiones infructuosas, porque mi padre estaba hablando y nosotros escuchando, pensé que fuera cual fuera la decisión que tomaran yo estaría de acuerdo, así es que le dije: Vamos pequeña. Yo te llevo.
La vikinguina se puso a saltar de alegría, me cogió de la mano y me llevó al parque. Se subió a un columpio y me pidió que la empujara. En ese momento me trasladé en el tiempo a la infancia de mis propios retoños y a las tardes en las que durante horas empujaba a mi hijo Sergio alto, muy alto. Él siempre me decía: Api, más alto, más, más…
Yo siempre le contestaba: Vuela mi niño, vuela tan alto como puedas. Y mientras lo propulsaba hasta el cielo le contaba historias de magos oscuros y magos blancos. La luz y la oscuridad se enfrentan, todos los días, mi niño, y la luz siempre vence. Nosotros vencemos. Porque somos nosotros esos magos blancos. Dentro de nosotros está toda la magia del universo (le solía decir). De pronto desperté y miré a mi sobrina y empecé a repetirle las mismas cosas que a mi hijo. Vuela mi niña, vuela alto. Siente como el viento mueve tu pelo hacia atrás. Estás volando chiquitina. ¿Lo sientes? Sí tío, sí. Lo noto (me contestó).
Entonces mi mente tuvo un destello y recordé una noticia que vi en la televisión, en uno de esos momentos en los que la caja digital de sorpresas y yo nos encontramos. La historia que escuché y vi, me tocaba más de cerca de lo que había creído. Era una de esas historias que le pasan a los demás pero que a la mayor parte de la gente la dejan indiferente. ¿Por qué se vino esa historia a la mente en ese preciso instante y por qué empecé a escribir todo esto incluso antes de ponerme a ello? La respuesta es que no lo sé. Normalmente a mí me da la luz cuando me pongo al sol o cuando veo algo que me llega y se me mete dentro y me hace reflexionar en forma de relatos. Empiezo ya porque al final os vais a cansar de leer y aún no he llegado a donde quiero llegar.
Empiezo por el lugar donde se priva al ser humano de libertad por incumplir las leyes que marca la sociedad. De esto iba el reportaje de la televisión. En la cárcel el tiempo se detiene. Dentro de sus puertas, detrás de sus rejas, el ser humano siente la privación de su libertad de una forma tan intensa que en algunos casos algunos reclusos llegan a enfermar sicológicamente. Los sicólogos de las prisiones trabajan con estos reclusos que se sienten frustrados y abatidos por sentirse encerrados para restablecer su equilibrio emocional. Pero la pregunta que yo me hice hoy por la mañana fue: ¿Es el plano material, el de los muros, los funcionarios de prisiones, las rejas, las vallas,… lo que realmente desestabiliza emocionalmente a algunos de estos seres humanos? O ¿es la mente y el pensamiento el que enjaula al ser humano? La respuesta no es sencilla y yo no soy ningún especialista en ninguna materia. Pero me resultó curioso pensar lo siguiente.
A veces fuera de los muros de ladrillo y hormigón y lejos de las rejas, el ser humano, en pleno ejercicio de su libertad también puede sentirse preso. Tan preso o incluso muchísimo más que si estuviera dentro de una cárcel. Voy a explicarme. Somos cuerpo, mente y espíritu. Llevan hablando de ello, a lo largo de la historia, múltiples civilizaciones. Incluso estas mismas civilizaciones trataron de representar gráficamente a los tres elementos que definen al ser humano. Cuerpo,mente y espíritu.
El cuerpo es materia, hecha de carne y hueso, en su parte perceptible por los sentidos. La mente son pensamientos y el espíritu es la esencia más profunda de la que estamos hechos (energía pura e infinita). En esta sociedad en la que vivimos cada vez estamos más atrapados por nuestra mente. La mente debería ayudarnos a conectar el cuerpo y el espíritu. Pero para que esto sea posible debemos trascender el pasado y el futuro para estar presentes en todo momento, en el aquí y ahora. La verdad es que no interesa para nada tener a seres humanos despiertos que sean capaces de pensar sin condicionantes. El ser humano sin darse cuenta cada vez se deja arrastrar más por la vorágine de los medios de comunicación, de los anuncios, de las series, de los juegos virtuales, del móvil y su accesibilidad permanente. Estamos geolocalizados y a nuestros datos tiene acceso “todo quisqui”. Es más, cada vez que instalamos una App en nuestro móvil, cada vez que ponemos un determinado canal de TV o sintonizamos una cadena en la radio o encendemos un ordenador o la Tablet y entramos en Internet para colgar fotos de nuestros viajes, de nuestros amores, de nuestros desamores, de nuestras alegrías o nuestras tristezas; nos dejamos poco a poco una parte de nosotros mismos desatendida. Yo soy yo, en el tiempo que dura una tarde de domingo mientras escribo estas líneas o dibujo al carboncillo o meto mis manos en el barro para moldear una figura. Yo soy yo, cuando en una tarde cualquiera me siento frente a una ventana y con una infusión de menta miro hacia el mundo e intento vaciar mi mente.
¿Podemos vaciar nuestra mente? No me refiero a no pensar en nada porque eso es muy complejo (se lo dejamos a los Yoguis y a los que alcanzan la iluminación) o imposible. Me refiero tan solo a no pensar en nada trascendente, a estar en calma, en paz, en silencio, en contacto con nuestro ser, hablándole con cariño, con compasión, con mimo.¿Qué tienes que hacer? ¿Siempre encontramos algo en que ocupar el tiempo? ¿Nos esforzamos o es que es imprescindible?
En mis periodos de crisis personal he sentido la reclusión, el encierro y la falta de libertad más absoluta. Mi mente tan exuberante en ocasiones, en otras se muestra dictatorial, cruel y carcelaria. Resulta que se convierte en mi peor enemigo. Los sicólogos en las prisiones inician proyectos para que los reclusos, a través de la colaboración con otros compañeros realicen actividades creativas como la música, el teatro, el deporte, las manualidades, los oficios… Me gustaría hacerles a todos, una pregunta: ¿se ha sentido, a lo largo de su vida, en alguna ocasión preso de sí mismo? ¿ha sentido alguna vez que no es usted quien construye sus pensamientos, sino su mente?
Desde hace un tiempo apenas veo la TV, no escucho noticias en la radio ni leo los periódicos. No estoy pendiente del móvil nada más que cuando es necesario (y a veces incluso ni eso). La verdad es que no me ha pasado nada por hacer esto. Estoy incluso más tranquilo. Seguramente pensarán muchos cómo puedo vivir sin saber qué pasa en la política o en la serie tal o en el tiempo atmosférico o que se yo. No pasa nada, no se preocupe usted por mí. Hay más de cuarenta millones de personas en este país que piensan en todas esas cosas y como la masa se revele (según decía Ortega y Gasset) yo poco o nada voy a poder hacer.
Mi gran problema o dicho de una forma más prosaica, mi lección más importante por aprender en esta vida, es no preocuparme más de lo ajeno que de lo propio. Y créame que lo he hecho hasta el límite de mis fuerzas. Hasta sentirme tan preso dentro de mí mismo que enfermé.
En el camino de la vida (y no está bien que yo de ninguna lección de vida porque no soy quien para ello) la mente debe ser alimentada, igual que se alimenta el cuerpo. De forma equilibrada, sana y sin excesos. Los estoicos de Séneca y compañía lo tenían muy clarito hace miles de años. Epícteto lo explicaba en su libro “Manual de vida” y otros han hablado de ello y han conseguido mover al mundo con sus enseñanzas como Buda y Jesús. Somos frágiles porque tenemos tendencia a buscar nuestro sufrimiento. Y digo buscar. Cuando a uno se le antoja el tener, el ser, el llegar, a lo más de lo más, siembra el camino de la desesperanza por lo no alcanzado e incluso lo alcanzado porque le parece insuficiente. Mi guelu Agustín que era agricultor pensaba en cada momento sobre lo que hacía en ese momento. No necesitaba mucho para vivir y aun así vivió casi cien años. Su mujer, mi abuela Matutina, fue otro ejemplo de lo mismo y vivió 101 años.
Y llego a la frase “No hay mayor privación de libertad que la que vivimos desde la mente”. Yo he sido preso en varias ocasiones. Ya ve usted, preso reincidente me tendrían que llamar. Aunque la verdad es que, en mi caso, créame usted si le digo, que yo no tenía ninguna intención, de volver a las andadas, pero se ve que para mí es más fácil caer en el agujero. Hace un tiempo leí algo sobre José Alberto «Pepe» Mujica Cordano, preso político durante la dictadura militar de Uruguay. Pasó en su último periodo de cautiverio 13 años en prisión, aislado totalmente del mundo exterior y de cualquier persona. En varias ocasiones rozó la locura y en una de las pocas ocasiones en que su madre fue a verlo a la prisión le gritó: ¡No dejes que te hundan! ¡Tú libertad está dentro de tu mente!
Después llegó a ser Presidente de Uruguay. La gran pregunta que merecería una respuesta sencilla podría ser: ¿Cómo podemos liberar nuestra mente de pensamientos limitantes, negativos y en muchos casos autodestructivos? Tal vez la respuesta sea ser uno mismo. Ser conscientes de la inmensa fortuna de estar vivos. Con eso es más que suficiente. ¿No cree? El quid de la cuestión es desaprender lo aprendido y pensar en que hoy somos. Basta con eso amigos.
Ber
Muchísimas gracias Bernardo! Que bonita reflexión y qué cierto que podemos quedar cautivos de nuestra mente mucho más firmemente de lo que nos ata el cuerpo material. Un bonito camino el intentar como dices conocernos, ser nosotros mismos, y conseguir librarnos de nuestros pensamientos limitantes… Quizás podamos compartir aquí estrategias para poder hacerlo.. Un abrazo!